¿Y si pintaba? Jamás me imaginé nada de él. Qué comería, ¿le gustaría dormir?, qué haría el fin de semana, ¿tenía amigos? Nada, no sabía apenas nada. Mi oposición ha sido firme, aunque no me haya dado cuenta hasta hoy… Siempre reticente, siempre reteniendo, las palabras nunca dichas, siempre flotando en el aire, pero nunca tocando suelo… ¿Por qué?
Nunca imaginé acabar, quizás porque implicaría separarme de él. Pero cuando mi mente flirteaba con la idea, me observaba, en viaje astral, despidiéndome de él y preguntándole por el cuadro. Grande, abstracto, verde, con una especie de grieta negra a través, como una cicatriz. Y un 54, blanco, dentro de un cuadradito azul añil, en su cuadrante inferior derecho. ¿Qué significaba ese 54? ¿Y el cuadro? Mi recuerdo incógnita de los días en los que empezábamos… Conversaciones sin argumento, sentido del humor, fuera de espaciotiempoyforma, referencias miles a minucias varias, todo menos hablar, todo menos decir… Y el cuadro, inmutable, expectante…
Cada día, antes de marchar, lo miraba, aunque fuera deprisa y de reojo…
Me he hecho a ese cuadro. Concentra el eterno porqué de tantas cuestiones, que se han quedado sin respuesta.
Muchas veces, cuando alguien no está, asociamos su persona a un objeto, algo material, que nos ayuda a recordarlo, a sentir que no se ha ido. Es un trozo de nuestra propia vida. Para mí, el cuadro es él, son estos casi doce largos, cortos, infinitos y finitos años. Y el 54, ese maldito 54, que lucía esbelto en su jaulita añil, burlándose de mí cada vez que lo observaba, sin saber qué demonios pintaba allí, ese 54 es él. ¿Quién lo pintaría? No sé. ¿Qué significaba? No sé. ¿Se lo habría preguntado al despedirme para siempre de él? No sé. Pero sea lo que sea, tenemos que dejarlo…
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